Respuesta al artículo de Purificació Mascarell.
(Escribe la Dra. Almudena Torres)
Escribo esta carta a raíz del
artículo publicado por Purificació Mascarell en “El estado mental”. Lo hago
motivada porque sus palabras me hubiesen hecho cuestionarme la decisión de
tener hijos de haberlas leído hace algo más de un año. Con esta carta sólo
quiero expresar otro punto de vista para todas aquellas que nos encontramos en
esta situación.
Tengo treinta y cinco años y una
hija de 15 meses. Mi vida hasta el momento en que me quedé embarazada ha sido
similar a la tuya. Estudié mi licenciatura, he superado con éxito procesos de
selección que me han permitido obtener un doctorado, trabajar casi tres años en
dos países diferentes y publicar trabajos de investigación que, a diferencia de
los tuyos, sí que son leídos y citados por compañeros de mi área de
investigación. También he ocupado mi tiempo libre –sin necesidad de saber
hacerlo, he tenido la suerte de que me saliera de manera natural- en leer
(mucho…vivir expatriado te ofrece un montón de horas para leer, aunque sea sólo
en horas de aeropuerto); en ir al cine y al teatro; en salir de copas (en esto
sí que me doctoré antes de acabar la licenciatura); en conocer a montones de
personas de diferentes nacionalidades y enriquecerme de cada una con sus
historias y vivencias personales; en hacer amistad con un puñado de ellas; en
visitar exposiciones; en viajar por puro placer –¡cuánto se disfruta cuando te
ves obligado a viajar por trabajo!-.
También he tenido que echar
cuentas de cómo llegar a final de mes manteniendo dos alquileres (uno en España
donde está mi núcleo familiar y otro en el extranjero donde trabajaba); me he
asustado (o no) al darme cuenta que mi alimentación durante semanas se basaba
en kebabs y comida del chino porque mi nevera sólo enfriaba un par de botellas
de agua; he convivido con ácaros sin importarme demasiado porque entre una
escoba y una caña no hace falta que te cuente quién salía ganando; me he
apuntado a cualquier plan interesante sin planearlo y he cambiado de idea para
no moverme del sofá en todo un domingo; he cogido un avión, alquilado un coche
y me he recorrido países sin tener muy claro qué día del mes era y me he pasado
horas enganchada capítulo tras capítulo de series que me atrapaban. En
definitiva he hecho infinidad de cosas que otra mucha gente hace y me he
perdido otras tantas. Y he disfrutado de eso y de mil pequeñas cosas más. Y
hace no tanto decidí tener un hijo y lo he hecho. ¿Dónde entra ese bebé en todo
lo que hacía antes? La cuestión es que no entra, Le HE HECHO HUECO. Porque así
lo he querido. Porque he decidido vivir esta nueva experiencia.
Al igual que tú, formo parte de
un grupo de investigación – en este caso de química-. La verdad es que no me
había parado a pensar cuantas mujeres formamos parte de este grupo hasta ahora
porque nunca –reitero NUNCA- he sentido la necesidad de hacerlo, siempre he
disfrutado de las mismas condiciones laborales que mis compañeros hombres.
Resulta que más del 70% somos mujeres y de ese 70% más de la mitad tenemos
hijos. Jamás he hablado con ellas de la posibilidad de tener hijos. Por
supuesto que mi inestable –por no decir precaria- situación laboral
(lamentablemente común a muchos de nosotros) me ha hecho cuestionar muchas
veces si me podía permitir criar a un hijo. La respuesta es tan personal que
sólo puedo hablar de la decisión que yo tomé: seguir adelante con lo que quería
hacer en ese momento y quedarme embarazada. Y aquí estoy.
Mi vida ha dado un vuelco
espectacular. Por un lado ocupo mi tiempo en otras cosas. No voy a repetir lo
que supone ser madre pero sí: empujo un columpio, persigo a un ser diminuto que
tiene tantas ganas de descubrir el mundo que el parque se le queda pequeño, no
duermo, tampoco trituro fruta porque de eso se encarga el padre, cambio
pañales, busco guarderías y escojo juguetes. Invierto mi tiempo en ello y te
aseguro que no me importa porque embarcarme en este terreno me ha abierto las
puertas a un mundo desconocido hasta ahora para mí. Y, de la misma manera en la
que me he involucrado en otras cosas hasta ahora, lo hago con ilusión infinita.
Por ello me he leído libros mejores y peores sobre maternidad, sobre parto,
sobre lactancia, sobre educación emocional –ese gran descubrimiento que me está
ayudando tanto a entenderme a mi misma- sobre juego infantil, sobre formación
del lenguaje…y los que me quedan. He conocido personas nuevas con las que tengo
muy pocas cosas en común –antes también me pasaba, me unía a ellas la afición
por el cine, por un grupo musical o la clase de Pilates- ahora nuestro punto en
común es la maternidad y he descubierto que hay mil maneras de afrontar una
situación muy simple y tremendamente compleja a la vez. No deja de asombrarme
la relevancia que han adquirido en mi vida un enchufe, una cuchara o un trozo
de pan…y ¡me encanta! Es agotador, sí, pero asombroso a la vez.
Por otro lado empiezo a sufrir la
soledad de ser madre por parte de gente que piensa como tú. En este respecto yo
también tengo mi teoría -aunque no te lo creas después de parir, esas neuronas
que te permitían ser una persona supercool
y sacarte un doctorado siguen ahí e incluso cansadas siguen funcionando-. Quizá
por ese cansancio acumulado- que de eso tengo para regalar- la teoría es
simple: pierdo amistades porque no hay tanta gente dispuesta a modificar su
ritmo de vida (ritmo que yo compartía con ellos) para adaptarse a mis nuevos
horarios e inquietudes. El cambio que he introducido en mi vida provoca un
distanciamiento y eso es algo que todos hemos vivido alguna vez en nuestras
vidas. Algunas veces el distanciamiento se supera y otras veces no. Lo que no
llego a entender es el ensañamiento en tus calificativos hacia aquellos que
decidimos ser padres. Si tuviese interés en conocerte llegaría a plantearte el
tema pero no es el caso.
Sobre el porqué la maternidad
para alguien como tú y como yo -tampoco estamos tan lejos la una de la otra- es
una condena es otro tema de debate. Comparto la opinión de que el origen está
en una generación anterior a la nuestra que nos ha educado en anteponer nuestra
vida profesional (con las ventajas en cuanto a independencia económica que ello
supone) a la maternidad. Creo que ahora empiezo a entender los motivos de esta
educación. La generación de nuestras madres ha sufrido mucho más de lo que
somos capaces de imaginar lo que es compaginar maternidad y trabajo profesional.
Su esfuerzo nos ha permitido estar donde estamos. ELLAS te han permitido a ti y
me han permitido a mí conseguir y disfrutar de TODO lo que hemos hecho hasta
ahora. Ahora, como madre y profesional, entiendo la necesidad de continuar con
su labor y, como en otros tantos ámbitos, cumplir en la medida de lo posible
con mi deber de intentar mejorar la situación. Mi deber de empujar un poco más
allá para que, ahora que ya estamos establecidas en el terreno profesional,
trabajemos por hacer hueco en condiciones respetables a la maternidad en este
mundo de aviones, reuniones por skype y deadlines.
En mi caso concreto, sigo
adelante con mi carrera profesional lo mejor que puedo –como hasta ahora-. Por
supuesto que no dormir ocho horas me afecta –aunque descubres de lo que eres
capaz durmiendo sólo tres-, que los viajes al extranjero suponen un terremoto en
la vida personal y profesional del padre -además del cóctel de culpabilidad que
se adosa a la maleta- y que tengo que buscar nuevos huecos en mi apretada
agenda para llegar a cumplir con mi trabajo. Cada uno encontramos una manera de
sacar tiempo. Que la conciliación en este país no existe es un hecho tanto para
la madre, como para el padre e incluso para el que no tiene hijos porque en
nuestros horarios de trabajo tampoco tiene cabida cuidar de un progenitor. Huelga
decir hace cuánto tiempo que no me corto el pelo, que ya no me encuentro
entradas de cine en los vaqueros y que escribir proyectos después de cenar o
arañar media hora antes de desayunar mientras el resto duerme ha dejado de ser
un hecho aislado. Es una etapa dura pero no peor que otras muchas y, por el
contrario, en este caso sí que me he encontrado con gente dispuesta a entender
y ayudar. He descubierto lo que denomino la “sociedad secreta” de madres y
padres en mi puesto de trabajo que con pequeños gestos me están haciendo más
sencilla esta etapa.
En cuanto a tus sugerencias en
temas de educación: desde la humildad, la responsabilidad y la ilusión que me
ha brindado la maternidad te puedo decir que nunca me he parado a pensar en
educar a mi hija en la paridad porque es algo que tengo tan interiorizado que
ni me lo he planteado y en consecuencia pretendo educarla. Ahora que mi hija
sabe dar besos (porque imita a sus padres) disfruta llevándolo a la práctica a
cada momento sin importar si es un anciano, su padre o un perro. Ella sola, sin
que se lo digas porque ella es ella, un ser independiente. Disfruté de la
lectura de El Principito cuando lo
descubrí y eso espero que haga mi hija: que descubra si quiere ser Batman o Poirot y si decide ser una princesa allí estaré yo para apoyarla.
Soy más partidaria de educar para que SEA –en lugar de para que no sea- así que
si resulta que es cobarde o mezquina estaré a su lado para ayudarle a superar
sus miedos y para aportarle diferentes puntos de vista. Porque en eso consiste
esto de la maternidad: en estar y respetar, no en crear un mini-yo mejorado a
imagen y semejanza. Espero que lea lo que le apetezca y para ello ya me
encargaré de que siempre tenga un libro a mano y no pienso hablarle de las
atrocidades del siglo XX hasta que
ella las descubra y me pregunte por qué, hoy por hoy, suficiente tiene su
cerebro en formación con asimilar imágenes de niños llorando en el telediario
de cada día.
Recitar a Bécquer o a Machado es algo que seguro
que me encanta volver a hacer en público con mi hija. Incorporar sus textos a
mis conversaciones diarias, casi que prefiero no hacerlo. No lo he hecho antes
y no lo voy a hacer ahora porque para describir lo que siento cuando estoy con
mi hija lo hago a mi manera. Dices que no entiendes de qué hablan esas madres
jóvenes, que no te importa y que sonríes mucho. Esas madres seguramente saben
que de lo que hablan te importa muy poco pero no están dispuestas a cambiar su
conversación porque a ti te aburra –con una cerveza, un gin tonic o con un descafeinado en la mesa-. Considerar que alguien
se atonta porque no habla de temas que a ti te interesan es de personas muy
egoístas y poco inteligentes. Si no quieres tener hijos, ignora los comentarios
que no te convengan y asúmelo pero no veo necesario que nos descalifiques para
justificar tu decisión personal.
En realidad que gracia me ha hecho leer la publicación de P.M, no me extraña que nadie lea las cosas que escribe, sobre todo si en ellas se retrata de la misma manera.
ResponderEliminarPor otro lado Almudena decirte que me ha gustado tu respuesta a su.. artículo?.
En fin..que pena.
Saludos